Eduardo Martínez de Pisón, que cumplió 80 años el pasado 1 de enero es el decano de los geógrafos españoles y está considerado uno de los grandes intelectuales españoles como muestra su abundante y polifacética obra. La Biblioteca Nacional de España le homenajeó hace unos meses invitándole a hablar sobre los libros que le han acompañado durante su vida y de cómo es y se ha formado su biblioteca.
Gran montañero ha recorrido las principales cordilleras del mundo y se ha preocupado a lo largo de su dilatada trayectoria científica por estudiar la impronta que ha dejado el estudio de las montañas en el arte y en la literatura. Fruto de ese conocimiento es su libro La montaña y el arte. Miradas desde la pintura, la música y la literatura, editado por Fórcola, que se presentó en la Residencia de Estudiantes de Madrid el pasado 30 de octubre de 2017. (ver aquí).
Uno de sus primeros lectores ha sido el presidente de la Sociedad Española de Historia de la Educación Eugenio M. Otero Urtaza, cuya interesante reseña, aparecida en la lista de distribución de esa activa sociedad científica, me permito reproducir en esta bitácora.
Eduardo Martínez de Pisón, La montaña y el arte. Miradas desde la pintura, la música y la literatura (Madrid, Fórcola, 2017): 615 págs.

Eduardo Martínez de Pisón, además de geógrafo es posiblemente el montañero español más emblemático de de los últimos cincuenta años y un intelectual que lleva la impronta de Francisco Giner en todo aquello que se refiere a la cultura de montaña a la que ha dedicado estudios y reflexiones amplias a lo largo de su vida. En esta obra se ha propuesto “el reto de reivindicar el valor no solo estético sino también cultural de la montaña”. Trata de dirigir su mirada a las representaciones del escenario montañoso del entorno occidental, pensando en los artistas “que han pasado por la montaña y que le han dedicado su atención con los chispazos propios de su calidad literaria o pictórica, el de los montañeros que han reflejado en obras artísticas su devoción o experiencias, y el de los montañeses que han formado su arte en la misma montaña como parte de sus modos de vida”.
Es un libro emocionante que contiene muchas claves a un historiador interesado por la educación al aire libre y en contornos de naturaleza, tanto por las meditaciones del autor como por sus múltiples referencias históricas a la cultura contemporánea. Es un libro denso en contenido, redactado con pasión y profusión de detalles por alguien que ha pasado su vida caminando por senderos en cordilleras de todo el planeta. En la conclusión señala que ha querido “compartir la otra belleza de las montañas, hablar de la belleza de las montañas devuelta por los hombres, de su reflejo en la sensibilidad humana, de la obra que depende de saber ver, de la capacidad y gusto por hacer montañas de los sentidos y de la maestría para lograrlas mediante la aplicación de las artes”.
El libro se divide en dos partes. La primera titulada “Ideas, imágenes y sonidos” incluye dos capítulos: “Montañas escritas” y “Montañas pintadas, montañas sonoras”: La segunda parte se titula “El arte de la palabra” y abrazo los tres capítulos siguientes: “La senda estrecha”, “El modelo cultural” y “Nuestras montañas”. Que decir que a lo largo de estos capítulos, casi seiscientas páginas, hay muchísimas sorpresas. No podía faltar Emilio, que leerá como primer libro a Robinson Crusoe, ni por supuesto se olvida de Unamuno quien en 1918 subió al pico Salvaguardia desde donde contempló el Aneto y el “gigantesco diamante” de la Madaleta. También recuerda a Ruskin y a la escuela pictórica de Madrid, pasa por la montaña en la Divina Comedia o se detiene en La subida del Monte Carmelo de San Juan de la Cruz; o nos describe a Victor Hugo por Los Alpes, entre otras muchas incursiones, como el viaje de García Mercadal al Pirineo que relató en Del llano a las cumbres, en 1923, o recupera “El lobo” de Hermann Hesse, o Cumbres de espanto del suizo Ferdinand Ramuz, publicado en España en 1930.
El libro es un canto coral con muchas alusiones a obras y personas que pueden servir a un historiador a seguir esas vetas de superficie que el autor señala, con toques en general cortos, y bajo las que hay yacimientos extraordinarios para una investigación histórico-pedagógica. El elogio de la montaña descubre que tras ese sentimiento hay también una manera de explicar los valores de la cultura a través de los siglos, y por supuesto, de la potencia educadora de la vida al aire libre. Recuerda que Giner entendía la montaña como un “estado del espíritu” y afirmaba que “el paisaje es pedagogo”, sin olvidarse de otros institucionistas como Bernaldo de Quirós o Antonio Machado. Sus referencias a Jean Giono son también muy oportunas a quien cita ya al comienzo del libro recordando que decía que los hombres “no pueden vivir sin moradas mágicas”.
Es un libro además bellamente editado y escrito con una perspicacia exquisita. En su cubierta lleva el famoso cuadro de Friedrich, El caminante sobre el mar de nubes. Se añade una amplia bibliografía e índice onomástico. En la contracubierta se dice: “Maestro de geógrafos, montañeros, alpinistas y pirineistas, Martínez de Pisón nos ofrece un hermoso e insustituibles panorama de la montaña nacido del mundo cultural”. Es un placer de lectura.
Eugenio Otero Urtaza.-
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