Una visita de Manuel Machado al estudio de Sorolla para contemplar el cuadro de su hermano Antonio que no llegó a ver
21 enero, 2018 Deja un comentario
A finales de 1917, principios de 1918 Joaquín Sorolla (n. 1863) se encontraba en una fase de intensa creatividad pintando cuadros de destacados representantes de la «intelligentsia» española que le había encargado el millonario e hispanista norteamericano Archer M. Huntington. Como ya señalé en una entrada de mi blog jaeinnova el 2 de enero de 1918 (ver aquí) visitó a Sorolla el crítico de arte de El Sol Francisco Alcántara para contemplar el cuadro del político republicano Gumersindo de Azcárate. Evidentemente Huntington también visitaría al pintor valenciano durante su estancia madrileña a lo largo de ese mes de enero, a la que el propio Manuel Machado aludió en su dietario el 16 de enero de 1918, de lo que ya dí cuenta en esta bitácora. (ver aquí).
Y otro visitante del estudio de Sorolla, enclavado en el barrio madrileño de Chamberí, fue Manuel Machado, interesado por las manifestaciones artísticas contemporáneas. Como expone en su diario, el 21 de enero de 1918, -cuyas observaciones iban acompañadas de una ilustración de Ricardo Marín- el objeto de su visita era contemplar el cuadro de su hermano Antonio (n. 1875) que estaba realizando Sorolla para la Hispanic Society de Nueva York donde se encuentra actualmente. Pero finalmente no lo contempló. ¿Se dejó encantar por otras obras artísticas de Sorolla que le embaucaron? o ¿ el cuadro aún no estaba finalizado?
Si fuese así tendría razón Blanca Pons-Sorolla, biznieta del pintor, cuando data la elaboración de ese cuadro, junto con los retratos de José Ortega y Gasset (n.1883), José Benlliure (n.1855) y Miquel Blay (n. 1866) a lo largo de los primeros meses de 1918. Contradice así la opinión dominante de la crítica que fecha la elaboración del retrato de Antonio Machado por Joaquín Sorolla en 1917.

Retrato de Antonio Machado por Joaquín Sorolla, 1918
Lunes 21 enero 1918
En el estudio de Sorolla…Es decir, en uno de los estudios, porque el maestro trabaja en el otro, como los viejos renacentistas, a solas con su modelo y con su arte.
Yo había ido alli a ver el retrato de mi hermano Antonio, pintado por el gran valenciano por encargo de Huntington para la Hispanic Society de Nueva York. Quería verlo antes de que se lo llevaran allende los mares que no pienso cruzar nunca.
Y mientras Sorolla pinta allá dentro, ardiente, infatigable, yo me doy una gran fiesta de contemplación de los numerosos cuadros que llenan esta gran sala, entre los que campea, apenas esbozado en su dibujo, un retrato de D. Alfonso XIII en traje de cazador, que me recuerda vagamente el Felipe IV de Velázquez. Muy vagamente, en verdad, porque este mago de la luz y de los colores, este soberano artista del pincel, esta retina única y esta mano prodigiosa de Joaquin Sorolla…no se ha hecho para el retrato. El arte de Sorolla nada tiene que ver con la psicología. Tiene para él tales encantos la forma, lo solicitan con tantos atractivos las bellezas exteriores, lo reclaman con tal sugestión los problemas de la técnica, se nota en él una alegría de pintor tan grande, que fuera cruel como inútil pedirle esa honda percepción de las almas que sola da vida a un retrato; esa vista introspectiva y, por decirlo así, violadora de los rincones espirituales, que aseguró la inmortalidad a los personajes retratados por Velázquez, por Goya; esa inquietud de pintar el alma y la personalidad que atormenta y engrandece hoy a un Anselmo de Miguel Nieto, a un Romero de Torres, soberanos retratistas. No. ¿Y qué importa? Mi vista se llena aquí de colores y de luces antes estas marinas de Levante y estas figuras colocadas en medio de los más terribles juegos de sol que ninguna otra retina conseguiría apreciar, ninguna otra mano realizar en el lienzo…Pescadores, bañistas, marineros de las playas azules. Velas latinas del «mare nostrum». ¡Qué transparencias deliciosas, queé aire luminoso el que hace ondear estos cendales de un blanco inaudito, qué alegría, qué gloria de luz! He aquí al verdadero Sorolla…¡Y cuán distante del de los retratos! Decididamente renuncio a ver el de mi hermano. Y cuando el maestro sale un momento a disculparse con un trabajo urgentísimo, yo balbuceo también una disculpa por mi visita, le estrecho con efusión la mágica diestra y salgo deslumbrado a la calle. La mañana es clara y luminosa. Menos luminosa, empero, que sus marinas de Levante.

Joaquín Sorolla por Ricardo Marín