Durante la Segunda República Española se alentaron una serie de reformas en el sistema universitario para favorecer su renovación. Se pretendió entonces democratizar la institución y favorecer su autonomía. Y se aspiró a homologar el funcionamiento de las universidades españoles con las más importantes universidades occidentales mediante diversas innovaciones educativas y la integración de la actividad investigadora dentro de las facultades. Como resultado de ese esfuerzo se consolidó el despegue de la ciencia española iniciado tras la concesión del premio Nobel de Medicina a Cajal en 1906 y la creación de la JAE al año siguiente.
En esta obra se estudian las transformaciones habidas en ese contexto reformista en las facultades de Medicina, Ciencias y Farmacia de la Universidad de Madrid. Se analizan sus orígenes, sus planes de estudio, sus protagonistas considerando los logros y limitaciones de las reformas llevadas a cabo en ese campus científico. Se presta particular atención a la composición de los catedráticos de esas facultades, a su sistema de selección mediante las oposiciones, a la creciente integración de las mujeres en las aulas universitarias, vinculadas muchas de ellas a la Residencia de Señoritas, y a la presencia de los universitarios en los medios de comunicación, particularmente la radio.
También se toman en consideración aspectos del complejo y convulso contexto internacional. Así se presenta la situación en aquellos años de universidades de Portugal, Austria y Argentina dados sus paralelismos, contrastes e interrelaciones con la Universidad de Madrid y el escaso conocimiento de ellas en el panorama historiográfico español.
Colaboran en este libro colectivo historiadores de la ciencia como Francisco González Redondo, Luis Español, Jesús Catalá, Antonio González Bueno, Víctor Guijarro, Leoncio López-Ocón, Fátima Nunes, Quintino Lopes, Angela Salgueiro, Elisabete Pereira, Gabriela Mayoni e historiadores contemporaneistas como Álvaro Ribagorda, Encarnación Lemus y Linda Erker.
Este libro es uno de los resultados del proyecto de investigación “Desafíos educativos y científicos de la Segunda República española: internacionalización, popularización e innovación en universidades e institutos” próximo a finalizar, cuyos investigadores principales son Leoncio López-Ocón y Alvaro Ribagorda. Más información sobre el proyecto en https:/2rec.usal.es/
Durante la década de 1920 se desarrolló una de las más interesantes iniciativas en el ámbito de la divulgación de las ciencias naturales en el Estado español orientada al público infantil y juvenil. Me refiero a la magnífica colección que la editorial Calpe lanzó al mercado en 1923 con el título de «Los libros de la Naturaleza». Diez libros formaron su primera serie como se puede constatar en este anuncio publicitario
Como se aprecia en él el zoólogo Ángel Cabrera, de fácil pluma y con unas dotes comunicadoras excepcionales, -al que el Museo Nacional de Ciencias Naturales dedicó un homenaje el pasado 7 de julio con motivo del 60 aniversario de su fallecimiento acaecido en Buenos Aires, en el que tuve la oportunidad de participar: ver aquí entre el minuto 23,23 y 45,43- asumió el grueso de la serie. Fue el autor de cinco de los diez volúmenes que tenían características comunes. Todos tenían unas atractivas cubiertas debidas al gran dibujante y caricaturista Bagaría. Su extensión era similar, no sobrepasando el centenar de páginas. Y estaban magníficamente ilustrados con una treintena de dibujos, media docena de láminas y una decena de fotograbados.
Estos fueron los cinco volúmenes de la autoría de Ángel Cabrera en esa primera serie de Los libros de la naturaleza.
Por su parte el otro sostenedor de esa serie fue un buen amigo de José Ortega y Gasset, impulsor junto al ingeniero Nicolás María de Urgoiti de la editorial Calpe en 1918. Me refiero a Juan Dantín Cereceda, al que dediqué una amplia biografía en el diccionario on-line Jaeeduca (ver aquí). Este docente e investigador mostró sus dotes pedagógicas y amplios conocimientos geológicos, como buen discípulo y colaborador de Eduardo Hernández-Pacheco, y botánicos como catedrático de Agricultura en institutos como los de Guadalajara, y los madrileños Instituto-Escuela (entre 1919 y 1922) y San Isidro, en tres libros que presento a continuación.
A esos dos magníficos divulgadores científicos que fueron Ángel Cabrera y Juan Dantín Cereceda se unieron dos relevantes investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales, pertenecientes a dos grupos generacionales distintos. Uno, el geólogo Lucas Fernández Navarro (1869-1930), jefe de la sección de Mineralogía del Museo y catedrático de Cristalografía desde 1902 de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central fue el autor de El mundo de los minerales. El otro, Antonio de Zulueta y Escolano (Barcelona 1885-Madrid 1971), pionero de la investigación genética en España, hermano del pedagogo Luis de Zulueta que sería ministro de Estado durante la Segunda República.
Esa primera serie fue completada con una segunda, editada a finales de la década de 1920, tras la fusión en 1925 de las editorial Calpe y Espasa para formar el potente conglomerado empresarial de Espasa-Calpe. Esta serie, al parecer, no se completó pues no he localizado el volumen anunciado con el título «Libélulas y mariposas».
Colaboraron nuevamente en esta segunda serie Angel Cabrera, ya instalado en Argentina donde fue contratado en 1925 para dirigir la sección de Paleontología del Museo de la Plata, y Juan Dantín Cereceda. El primero con estos tres volúmenes
El segundo con otros dos volúmenes
En esa ocasión la editorial contó otra vez con la colaboración de otros acreditados naturalistas como Enrique Rioja (Santander 1895-México 1963), catedrático de instituto y de la Escuela Superior de Magisterio desde 1922 donde se especializó en la didáctica de las ciencias naturales y el zoólogo, acreditado entomólogo y catedrático de Zoografía de Articulados desde 1922 de la Universidad Central Cándido Bolívar Pieltain (Madrid 1897-Ciudad de México 1976), quien asumió importantes responsabilidades políticas en los gobiernos presididos por D. Manuel Azaña durante la Segunda República. El primero fue autor de la obra Curiosos pobladores del mar y el segundo escribió un libro sobre Los crustáceos
Se completó esa serie con colaboraciones del astrónomo del Observatorio Astronómico de Madrid José Tinoco y del meteorólogo y jefe del Observatorio Meteorológico de Madrid Nicolás Sama Pérez.
La mayor parte de esos libros tuvieron una amplia circulación en los años republicanos. Se incorporaron a muchas de de las cinco mil bibliotecas que las Misiones Pedagógicas establecieron por muchos lugares del territorio español como en el pueblo pirenaico Bonansa en la provincia de Huesca, transportados por los antecedentes de los bibliobuses.
Y también se trasladaron a las numerosas bibliotecas escolares que los diversos gobiernos de la República impulsaron en los centros educativos, como muestro en la comunicación «Ciencia en las aulas: el caso de las bibliotecas escolares de la Segunda República española», presentada en el II Seminario Internacional Patrimônio Cientifico e Ensino das Ciencias que organizan los colegas de la PUC de Sao Paulo Kazumi Munakata y Katya Braghini, entre el 6 y el 8 de octubre de 2020, cuyo programa está visible aquí.
Al preparar esa comunicación he podido constatar con satisfacción que debido al programa de I+D+i CEIMES «Ciencia y educación en los institutos históricos madrileños», financiado por la Comunidad de Madrid y que dirigí entre 2008 y 2012, diez de los veinte volúmenes diseñados en la colección «Los libros de la Naturaleza» están digitalizados en esa magnífica iniciativa del Ministerio de Cultura del Gobierno de España que es la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico
A golpe de clic el internauta curioso tiene acceso a los siguientes volúmenes:
Animales extinguidos, Los animales familiares, Los animales microscópicos, Los animales salvajes, Mamíferos marinos, El mundo alado, Peces de mar y de agua dulce de Ángel Cabrera.
Historia de la Tierra, La vida de las plantas de Juan Dantín Cereceda.
y El mundo de los insectos de Antonio de Zulueta.
Quien se adentre en ellos podrá constatar la calidad científica y literaria de esos libritos que contribuyeron de manera decisiva a fomentar el interés por el estudio de la naturaleza entre lectores infantiles y juveniles de diversos países hispano parlantes a lo largo de diversos momentos de la historia del siglo XX pues la mayor parte de esos volúmenes tuvieron reimpresiones hasta avanzada la década de 1960.
Para saber más:
Juan Miguel Sánchez Vigil, Calpe. Paradigma editorial (1918-1925), Gijón, Editorial Trea, 2005
Juan Miguel Sánchez Vigil, «La Editorial Calpe y el Catálogo general de 1923», Documentación de las Ciencias de la Información, 2006, vol. 29, pp. 259-277. Accesible aquí
Santos Casado y Alfredo Baratas, «El divulgador Ángel Cabrera», en Ángel Cabrera: Ciencia y proyecto colonial en Marruecos (editores Helena de Felipe, Leoncio López-Ocón y Manuela Marín), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 2004, pp. 199-213
Aurelio Heinz Usón Jaeger, Los principios didácticos innovadores para la enseñanza de las ciencias naturales en la escuela primaria española y su repercusión en los libros escolares durante el primer tercio del siglo XX, tesis de la Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Educación, Departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales, leída el 28 de junio de 1999. Accesible aquí.
Alejandro Tiana, Las misiones pedagógicas. Educación popular en la Segunda República, Madrid, Ediciones La Catarata, 2016
Eugenio Otero Urtaza, editor, Las Misiones Pedagógicas, 1931-1936, Catálogo de exposición, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2006. Se accede a la exposición virtual aquí.
«Bibliotecas escolares», en Diccionario de Pedagogía, publicado bajo la dirección de Luis Sánchez Sarto, Editorial Labor, Barcelona, 1936, tomo I, pp. 395-401.
Antes de celebrarse la IV Feria del Libro, una de las iniciativas culturales promovidas por la Segunda República vividas como acontecimientos festivos (1) , la potente industria editorial española estaba en plena ebullición. En ese sector una de las empresas más dinámicas era la editorial Espasa-Calpe. Nacida en 1925 de la unión de la editorial Calpe, creada en 1918 por el ingeniero vasco Nicolás Mª de Urgoiti, y la veterana Espasa, fundada en 1860 por Pablo y José Espasa Anguera, tenía en ella gran influencia el filósofo José Ortega y Gasset.
Dos anuncios, aparecidos respectivamente el sábado 8 y el jueves 13 de febrero de 1936 en la página que el diario El Sol dedicaba al mundo de los libros, han llamado mi atención. En el primero la editorial Espasa-Calpe daba cuenta de sus últimas novedades. En él se nos ofrece entonces útil información sobre la orientación que daba esa editorial a su catálogo en vísperas de las últimas eleccciones republicanas, celebradas el domingo 16 de febrero que supondrían un «tournant» decisivo en la historia republicana.
Este anuncio, en efecto, es revelador de la potencia editorial que tenía Espasa-Calpe a finales de la Segunda República, de sus estrategias publicitarias, de sus preocupaciones culturales y de la amplitud de su catálogo en el que simultaneaban obras científico-técnicas, libros fundamentales del pensamiento europeo y obras relevantes del ámbito cultural iberoamericano, tanto de autores españoles como latinoamericanos. También nos orienta sobre su público potencial pues los precios de sus libros indican que sus posibles clientes tenían un alto poder adquisitivo.
El anuncio daba cuenta de dos libros de la Biblioteca Agrícola Española, debidos a dos ingenieros agrónomos sobre cuya importancia llamaba la atención el mencionado anuncio del jueves 13 de febrero.
Uno de ellos era Rafael Font de Mora (1893-1978), quien había creado en 1934 el Servicio Oficial de Inspección, Vigilancia y Regulación de Exportaciones del campo valenciano, convirtiéndose en un experto en la producción del naranjo, el principal producto de exportación hortofrutícola del Levante español. El otro, Manuel María Gayán que había sido director de la estación enológica, frutal hortícola de Calatayud y de la Granja Agrícola de Valladolid en las que adquirió experiencia y competencias para afrontar el encargo que le hiciese Espasa-Calpe para su Biblioteca Agrícola Española.
La obra de Rafael Font de Mora: El naranjo: su cultivo y explotación contenía abundantes ilustraciones, estaba encuadernada en tela y se vendía a siete pesetas. La oportunidad y utilidad de la obra venía dada, según sus editores, por las dificultades que estaba encontrando la exportación de ese producto estratégico en la balanza comercial española. En él se ofrecían una serie de consejos para obtener una gran variedad en su producción y garantizar la calidad de la fruta.
Por su parte la de Manuel María Gayán Horticultura general y especial, estaba muy ilustada, y se vendía a 14 Pts. Al publicitar la obra los editores señalaban que era un libro muy práctico para las tres clases de huerta: la familiar, la profesional y la industrial. En el libro se ofrecían reglas generales y métodos modernos para la instalación de huertas, métodos de cultivos, fertilización, riego, semillas, alternativas de plantas, tratamiento de enfermedades, Proporcionaba informaciones sistemáticas para triplicar y mejorar la producción de toda clase de hortalizas. E insistían en que era un libro de enorme valor para el horticultor.
De la colección de Clásicos Castellanos se anunciaba la edición crítica de una de las obras cumbres de la literatura picaresca: Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. Tal edición la efectuó el catedrático del Instituto-Escuela, investigador del Centro de Estudios Históricos y ex pensionado de la JAE Samuel Gili Gaya, sobre el que dí una conferencia en el instituto homónimo de Lleida el 10 de diciembre de 2019 (ver aquí y aquí), y al que dediqué un artículo en compañía de mi colega y amigo Mario Pedrazuela en un ejemplar extraordinario de la revista Participación Educativa de 2011 (ver aquí). Esa gran edición constaba de cinco tomos y el precio de venta de cada uno de los volúmenes variaba según la calidad de la cubierta: en rústica seis pesetas; en tela ocho ; en piel diez pesetas.
La editorial Espasa-Calpe había adquirido la colección Clásicos Castellanos a ediciones La Lectura en 1930. Se convirtió entonces Domingo Barnés en su director literario. Este pedagogo, estrecho colaborador de Manuel Bartolomé Cossío, dio continuidad en sus nuevas funciones al propósito inicial de la Colección. Ese afán surgido en torno a 1910 gracias al impulso de Tomás Navarro Tomás y Américo Castro, los discipulos más directos de Ramón Menéndez Pidal, era el de hacer ediciones claras, correctas, con precisión y conciencia filológica de textos clásicos españoles. A lo largo de la dilatada trayetoria de la colección se llegaron a publicar más casi dos centenares de títulos (ver aquí).(2)
De la Biblioteca de ideas del siglo XX dirigida por José Ortega y Gasset (3) se hacía publicidad de una nueva edición de la relevante obra de Enrique Wölfflin: Conceptos fundamentales en la historia del arte que con 121 grabados se vendía a 20 Pts. Su primera edición en castellano se había hecho en 1924, con traducción de José Moreno Villa.
De la colección «Vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX», que también impulsó José Ortega y Gasset dado su interés por la renovación del género biográfico y a la que dio un giro tras su segundo viaje a Argentina en 1928 para favorecer y potenciar el diálogo cultural transatlántico (4) , se dio noticia de dos recientes publicaciones.
Una correspondía a la autoría de Diego Hidalgo. Este notario de origen extremeño, militante del Partido Republicano Radical y ex ministro de la Guerra cuando se produjo la revolución de octubre en 1934 había efectuado un viaje a la Unión Soviética en 1929. Es probable que entonces comenzase su interés por las aventuras de un paisano que llegaría a ser general del ejército ruso. Esa apasionante biografía la dio a conocer en su libro José Antonio de Sarabia. De estudiante extremeño general de los ejércitos del Zar, cuyo coste era de cinco pesetas.
El otro era obra del periodista y escritor mexicano Rafael F. Muñoz. Su biografía del presidente mexicano general Antonio López de Santa Anna , cuya figura dominó la historia política mexicana en el segundo cuarto del siglo XIX, también se vendía a 5 ptas.
El interés por el mercado hispanomericano de Espasa Calpe, que tenía una potente delegación en Buenos Aires, se revela asimismo en su apuesta por editar El diablo y la técnica, una selección de cuentos, impregnados de humorismo, del peruano Héctor Velarde, (1898-1989), un arquitecto que había vivido en la Argentina en la década de 1920, y cuya obra arquitectónica sería influyente en el Perú del segundo tercio del siglo XX a través de su labor académica y sus construcciones.
En la publcidad de la editorial se cometió una errata en el título al denominarlo «El hombre y la técnica» quitándole el toque de humor del libro, adoptado por su autor. El precio de la obra era de cinco pesetas
Finalmente se mencionaba la obra del sacerdote y teólogo austriaco Franz Michel William La vida de Jesús en el país y pueblo de Israel. Publicada en alemán en 1932 se convirtió en un bestseller en su tiempo, traduciéndose a doce lenguas, entre ellas el español, gracias a Espasa-Calpe. En ellla se presentaba al lector, de una manera ágil y atractiva, la vida y la persona de Jesús partiendo de los Evangelios. Benedicto XVI reconocería esa obra como una de sus fuentes de inspiración en el prefacio de su importante libro Jesús de Nazaret.
La obra de Franz Michel William era presentada por Espasa Calpe como la biografía cumbre sobre Jesús, la editó ilustrada con láminas y encuadernada en tela. Tan lujosa edición se vendía a un alto precio: 18 pesetas.
Todos esos libros se podían adquirir en librerías y en la Casa del libro que tenía Espasa-Calpe, S.A. en su sede de la madrileña Avenida Pi y Margall nº7, actual Gran Vía.
(3) Tal y como señala Azucena López Cobo en «Un proyecto cultural de Ortega con la editorial Espasa-Calpe (1918-1942)» en Revista de Estudios Orteguianos nº 26, 2013 p. 31 esa biblioteca editó ensayos de la cultura contemporánea como Geometrías no euclidianas: exposición histórico-crítica de su desarrollo de Roberto Bonola; Teoría de la Relatividad de Einstein de Max Born; Ciencia cultural y ciencia natural de Heinrich Rickert; La decadencia de Occidente de Oswald Spengler; Ideas para una concepción biológica del mundo de Jacob von Uexküll y los mencionados Conceptos fundamentales en la Historia del arte de Heinrich Wölfflin.
El diario republicano Luz nació a principios de 1932. Sus impulsores -el empresario Nicolás de Urgoiti y el filósofo José Ortega y Gasset que habían lanzado meses antes la Agrupación al Servicio de la República- pretendían con ese nuevo periódico influir en la marcha del régimen republicano, máxime en un momento en el que Ortega empezaba a mostrar distancias con la obra de gobierno de Manuel Azaña. Asi lo mostraba su artículo de fondo, ubicado en la portada del diario de su primer número el 7 de enero de 1932 , titulado «Hacia un partido de la Nación. Antimonarquía y república».
Pero también llama la atención de ese ejemplar una reseña que aparece en la página siguiente, dedicada a cuestiones culturales, y fundamentalmente a comentar las novedades bibliográficas.
Esa reseña estaba firmada por el catedrático de instituto Juan Dantín Cereceda, estrecho colaborador de Urgoiti y Ortega desde que ese tandem fundaran el diario El Sol en 1917 como consta en varias entradas de mi blog jaeinnova (ver aquí). Dado que Dantín fue uno de los catedráticos de instituto pensionados por la JAE me ocupé de él en el libro Aulas abiertas, haciéndole una amplia nota biográfica que también se puede leer el diccionario on line JAEeduca (ver aquí).
Tal reseña aludida muestra diversas cuestiones.
En primer lugar la preocupación de Dantín, ya maduro, por estar al tanto del movimiento científico-pedagógico en los inicios del período republicano y su empeño en alentar una cultura de la precisión en los centros docentes, siempre que dispusieran de laboratorios bien dotados.
En segundo lugar su interés por la labor llevada a cabo por ese gran didacta de las ciencias que fue Modesto Bargalló, cuya obra científica y pedagógica ha analizado recientemente Luis Moreno en su tesis doctoral Ciencia en las aulas: prácticas pedagógicas, cultura material e historia de la ciencia en la obra de Modesto Bargalló en España (1894-1939). (ver aquí) Probablemente ambos docentes trabaron amistad en Guadalajara. Dantín fue catedrático de Agricultura de su instituto, entre 1912 y 1922, y Bargalló fue profesor numerario de Física, Química, Historia Natural y Agricultura de la Escuela Normal de Maestros de esa ciudad castellana desde 1915 hasta la guerra civil.
En tercer lugar la labor de mediación cultural emprendida por la editorial barcelonesa Gustavo Gili para dar a conocer al público de habla española aportaciones científicas europeas. En este caso eligió un manual alemán hecho al alimón por dos físicos alemanes, Eilhard Wiedemann (1852-1928) y Hermann Ebert (1861-1913) que habían desarrollado el grueso de su obra antes de la Primera Guerra Mundial. De hecho la primera edición de Physikalisches Praktikum databa de 1904. El hecho de que fuese un éxito editorial en Alemania al hacerse varias ediciones puede explicar el que la editorial Gustavo Gili se aventurase a traducirla al español.
Este volumen tenía 539 páginas con índices, y tenía 370 figuras como las siguientes.
He aquí los contenidos de la mencionada reseña
La ponderación y la medida de los fenómenos para su perfecto conocimiento y la precisa formulación de sus leyes inspiran estas prácticas, realizables, en su mayor parte tan sólo en laboratorios dotados de material abundante.
Las prácticas, siempre excelentes, se ordenan en cada una de las grandes partes en que la obra aparece dividida: A) Física general, B) Calor, C) Óptica, D) Electricidad y Magnetismo. El libro recoge en un apéndice los diferentes trabajos auxiliares de laboratorio, manipulaciones con el vidrio y los metales, etcétera -tablas, en gran número, de constantes físicas-; fórmulas matemáticas de que el físico se sirve con más frecuencia: tablas trigonométricas y tablas de logaritmos.
La obra es algo atractivo y sugerente que vale por un buen tratado de Física y sirve a toda clase de públicos. Puede ser utilizada por unos como una magnífica iniciación, de tipo superior; por otros, de comprobación y mera experiencia cuantitativa ante la clase; por algunos, de preparación para estudios de mayor empeño y finura de análisis.
La traducción de Modesto Bargalló, fiel y precisa.
Lo que no sabemos es cómo circuló este libro en los centros docentes y si fue usado por los colegas de Dantín y Bargalló, ubicados en los institutos y en las Escuelas Normales.
A finales de 1917, principios de 1918 Joaquín Sorolla (n. 1863) se encontraba en una fase de intensa creatividad pintando cuadros de destacados representantes de la «intelligentsia» española que le había encargado el millonario e hispanista norteamericano Archer M. Huntington. Como ya señalé en una entrada de mi blog jaeinnova el 2 de enero de 1918 (ver aquí) visitó a Sorolla el crítico de arte de El Sol Francisco Alcántara para contemplar el cuadro del político republicano Gumersindo de Azcárate. Evidentemente Huntington también visitaría al pintor valenciano durante su estancia madrileña a lo largo de ese mes de enero, a la que el propio Manuel Machado aludió en su dietario el 16 de enero de 1918, de lo que ya dí cuenta en esta bitácora. (ver aquí).
Y otro visitante del estudio de Sorolla, enclavado en el barrio madrileño de Chamberí, fue Manuel Machado, interesado por las manifestaciones artísticas contemporáneas. Como expone en su diario, el 21 de enero de 1918, -cuyas observaciones iban acompañadas de una ilustración de Ricardo Marín- el objeto de su visita era contemplar el cuadro de su hermano Antonio (n. 1875) que estaba realizando Sorolla para la Hispanic Society de Nueva York donde se encuentra actualmente. Pero finalmente no lo contempló. ¿Se dejó encantar por otras obras artísticas de Sorolla que le embaucaron? o ¿ el cuadro aún no estaba finalizado?
Si fuese así tendría razón Blanca Pons-Sorolla, biznieta del pintor, cuando data la elaboración de ese cuadro, junto con los retratos de José Ortega y Gasset (n.1883), José Benlliure (n.1855) y Miquel Blay (n. 1866) a lo largo de los primeros meses de 1918. Contradice así la opinión dominante de la crítica que fecha la elaboración del retrato de Antonio Machado por Joaquín Sorolla en 1917.
Retrato de Antonio Machado por Joaquín Sorolla, 1918
Lunes 21 enero 1918
En el estudio de Sorolla…Es decir, en uno de los estudios, porque el maestro trabaja en el otro, como los viejos renacentistas, a solas con su modelo y con su arte.
Yo había ido alli a ver el retrato de mi hermano Antonio, pintado por el gran valenciano por encargo de Huntington para la Hispanic Society de Nueva York. Quería verlo antes de que se lo llevaran allende los mares que no pienso cruzar nunca.
Y mientras Sorolla pinta allá dentro, ardiente, infatigable, yo me doy una gran fiesta de contemplación de los numerosos cuadros que llenan esta gran sala, entre los que campea, apenas esbozado en su dibujo, un retrato de D. Alfonso XIII en traje de cazador, que me recuerda vagamente el Felipe IV de Velázquez. Muy vagamente, en verdad, porque este mago de la luz y de los colores, este soberano artista del pincel, esta retina única y esta mano prodigiosa de Joaquin Sorolla…no se ha hecho para el retrato. El arte de Sorolla nada tiene que ver con la psicología. Tiene para él tales encantos la forma, lo solicitan con tantos atractivos las bellezas exteriores, lo reclaman con tal sugestión los problemas de la técnica, se nota en él una alegría de pintor tan grande, que fuera cruel como inútil pedirle esa honda percepción de las almas que sola da vida a un retrato; esa vista introspectiva y, por decirlo así, violadora de los rincones espirituales, que aseguró la inmortalidad a los personajes retratados por Velázquez, por Goya; esa inquietud de pintar el alma y la personalidad que atormenta y engrandece hoy a un Anselmo de Miguel Nieto, a un Romero de Torres, soberanos retratistas. No. ¿Y qué importa? Mi vista se llena aquí de colores y de luces antes estas marinas de Levante y estas figuras colocadas en medio de los más terribles juegos de sol que ninguna otra retina conseguiría apreciar, ninguna otra mano realizar en el lienzo…Pescadores, bañistas, marineros de las playas azules. Velas latinas del «mare nostrum». ¡Qué transparencias deliciosas, queé aire luminoso el que hace ondear estos cendales de un blanco inaudito, qué alegría, qué gloria de luz! He aquí al verdadero Sorolla…¡Y cuán distante del de los retratos! Decididamente renuncio a ver el de mi hermano. Y cuando el maestro sale un momento a disculparse con un trabajo urgentísimo, yo balbuceo también una disculpa por mi visita, le estrecho con efusión la mágica diestra y salgo deslumbrado a la calle. La mañana es clara y luminosa. Menos luminosa, empero, que sus marinas de Levante.